Keto: un símbolo de resistencia

26 de noviembre de 2024

La orca Keto, de 6 metros de largo, vivía en un tanque artificial de entre 8 y 12 metros de profundidad, de unos 120 metros de largo. Ha vivido en esa jaula desde 2006, cuando fue comprada por el Loro Parque de Tenerife. En total, ha vivido sus 29 años en la prisión que llaman “cautividad”, hasta que este mes de noviembre ha fallecido por causas que aún se desconocen.

Keto ha muerto sin conocer el océano, aunque no sin expresar su deseo de libertad. Nació en el parque temático SeaWorld de Orlando, en cautividad. Su madre, Kalina, fue la primera orca nacida en SeaWorld. Antes de que Keto cumpliera los cuatro años, sus entrenadores denunciaron su temperamento brutal, y fue trasladado al SeaWorld de San Diego para “intentar calmar su personalidad”. Posteriormente, también fue trasladado a los parques SeaWorld de Ohio y San Antonio, y, finalmente, en 2006, a la edad de 7 años, fue adquirido por el Loro Parquea de Tenerife. Por desgracia, en 2009, Keto adquirió fama mundial por haber matado a uno de sus entrenadores en una actuación ante el público.

Pero Keto no ha sido la única orca que ha matado a sus entrenadores. La orca Tilikum (1981-2017), presa en el SeaWorld de Orlando desde su captura en el mar de Islandia a los dos años de edad, participó en el asesinato de tres personas, dos de ellas de su entrenador. El documental Blackfish (2013) narra la vida de Tilikum. Las orcas Nootka IV y Haida II, junto con Tilikum, también participaron en una de las citadas muertes. Sin embargo, esos no han sido los únicos ataques provocados por las orcas presas de la industria del ocio. Las consecuencias de estos ataques, en ocasiones, han tenido una influencia directa en las orcas. Algunas, tras los ataques, han sido condenadas a vivir en un minúsculo tanque alejado del público, trasladadas a otros parques (alejándolas de su familia) o sus hijas e hijos han sido trasladadas a otro parque. Frente a la violencia humana, son símbolos de resistencia.

La vida y la muerte de Keto y de otras tantas orcas no son una tragedia aislada, sino un síntoma de un sistema que instrumentaliza la vida de otros animales para el entretenimiento humano, perpetuando su sufrimiento y destruyendo su autonomía.

El caso de Keto nos invita a reflexionar sobre la forma en que valoramos y tratamos a los animales no humanos. El especismo, al priorizar los intereses humanos sobre los de otras especies, legitima la explotación sistemática de animales como Keto, reduciéndolos a objetos de consumo o espectáculo. Esta lógica antropocéntrica no solo es injusta, sino que también nos desconecta de una ética más amplia que respete la vida en todas sus formas. La muerte de Keto debe convertirse en un llamado a abolir la industria del cautiverio y a construir una sociedad que valore la libertad y dignidad de todos los seres sintientes, independientemente de su especie.